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El convite de los muertos


El baile de los muertos / Zaza Logik


Mucho me temo no poder describirles el horror que ha torturado mi andar. Sin embargo, trataré de relatar de la manera más fiel los hechos que me han orillado al abismo que hoy embarga mi alma. Siempre he sido un hombre de bien, o eso se lo dejo al juicio del señor. Debo confesar que entre tantas virtudes, las cuales no enlistaré con tal de no hacer alarde de mi benevolencia y rectitud, he dejado envenenar mi espíritu por un mal que a muchos hombres atormenta. He sucumbido ante los fascinantes encantos del alcohol, de sus efectos y sus siempre inoportunas consecuencias.


Corría el año 19… en el honorable y respetable municipio de Tepetlaoxtoc, a las afueras de Texcoco. Como cada tarde después de la ardua jornada laboral me dispuse a hacer mi recorrido por las taciturnas calles del pueblo. Me extrañó descubrir que siendo 2 de noviembre estuviese abierta la pulcata de Francisco, un viejo conocido. Pese a que había jurado a mi esposa llegar a casa puntual para deleitarnos con una cena hecha por mi suegra, aproveché para saludar a Francisco y de paso tomarme unos pulques con Ignacio y su compadre Alberto. Un trago llevó a otro y me perdí. Había bebido tanto mezcal y tequila que la noche había caído para inundar las calles con una sombría neblina, dejándome sin oportunidad para despedirme. Salí apresurado de aquel lugar sin percatarme de si había pagado o no. Pronto me encontré rumbo a mi hogar, orientado gracias a dios. Recorría el viejo camino empedrado que colina arriba debía conducirme sin contratiempos a casa, cuando de pronto ante mí se vislumbró una vereda que nunca antes había notado, eso me temo. Un extraño impulso imposible de describir me alentó a adentrarme en los oscuros misterios de aquella ensoñación.


Mi periplo en las entrañas de la vereda escarpada estuvo llenó de contradicción. Por un lado, deseaba llegar cuanto antes a casa, pero algo me decía que si había tomado ese camino era porque sabía que eso no iba a ocurrir. La oscuridad del camino no me permitió descansar ni un minuto. Pensamientos nunca antes experimentados llenaban mi mente y vaciaban lo poco que me quedaba de aliento. La adrenalina fluía por todo mí ser. El silencio era indescriptible. Nunca antes me había hallado en tales circunstancias. Podría deleitar al más morboso de los mortales con las elucubraciones que estrujaban mis entrañas. El tormento era acompañado por el silencio, o éste me acompañaba a cada paso que daba. Pasado un rato, no podría definir el tiempo en minutos o en horas, me sentí desdichado, completamente despojado de firmeza para continuar. Pero justo cuando estaba a punto de desistir, una música festiva atrapó mis sentidos. Embriagado como estaba por los vapores de mi veneno, me dispuse a encontrar la fuente de aquella melodía. De a poco, comencé a acercarme a mi objetivo. La noche ya no era noche, era tinieblas y nada más. Risas en la lejanía devolvieron a mí ánimo un regocijante deseo por beber más. Una luz alumbraba a lo lejos una indescifrable celebración. Corrí con las fuerzas que me quedaban para encontrarme por fin en aquel lugar. Desconocía si sería bienvenido por la gente que allí vitoreaba el nombre de alguien, cuya identidad no supe nunca descifrar. Llegué. Por fin lo conseguí. Damas y caballeros se deleitaban en una fiesta al día de muertos. Por un momento pensé que me había desviado tanto que el destino me había conducido a uno de los pueblos contiguos. Gracias a dios, fui bien recibido. Nadie preguntó quién era ni de dónde venía, sin embargo me sentí como en casa. Un baile se llevaba a cabo justo a mi llegada. Me dejé llevar y participé, sin querer destacar entre los demás, con mis mejores pasos de baile. Los rostros ocultos por máscaras artesanales de demonios y parcas, me incitaban a danzar con ellos bajo la luz de los fuegos artificiales a nuestro alrededor. Aquella escena me llevó a pensar que era una ilusión. Nunca antes me había sentido así. La fiesta continuaba tras el velo de lo irreal. En un rincón se encontraban unas sombras reflejadas como entes encapuchados cavando una suerte de tumba, lo cual me llevó a pensar que era parte del espectáculo. Esta situación me extrañó puesto que nunca me había dejado seducir por tan particular acto fúnebre. Ante mis ojos, intrigados por la excitación de la incertidumbre, se desarrollaba un terrible acto. Me acerqué a preguntar quién ocuparía el lugar.


Bufones de grotesco aspecto emergieron de las sombras, la escena se volvió surrealista. Las acciones de todos se tornaron incoherentes. Sus miradas se trastornaron fugaces ante mi protagonismo. De un momento a otro, me convertí en el deseo de los asistentes al convite de los muertos. Me sentí abrumado e incómodo. No había tiempo para plegarias ni maldiciones. La celebración había concluido en el ocaso de la cordura. Desesperado por la encrucijada, al hallarme sin salida, decidí huir de la dantesca atmósfera insoportable. Corrí por un largo rato, no supe de mí hasta que me detuve a darme un respiro. Tal fue mi sorpresa al encontrarme de nuevo ante los rostros de aquellas almas perturbadas, que pensé por primera vez, que quizá había un lugar reservado para mí junto a ellos. No obstante la imagen de mi esposa se hacía presente en mi mente, y la escapada se volvía inminente. Una vez más corrí. Tras el sollozo y oscuro amanecer que me esperaba, volví a cruzar miradas con mis verdugos. En cada huida los cuervos me perseguían, malos augurios me traían. La historia fue la misma. Yo corría y la daga de la muerte me descubría, al enfrentarme con el foso y las carcajadas enfermizas de los entes, que antes había considerado mis allegados. Cansado como estaba, y sin más ganas de seguir con esta interminable agonía, descendí en la tumba, ante el Partenón que atestiguaba mi declive. Mi caída se había consumado. Cerré los ojos, mientras la tierra era vertida sobre mí ser. Recostado sobre la húmeda madera del ataúd, deje mi vida partir…


La muerte sobre el valle / SD/ Surrealismo

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