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Pedro Páramo: A 60 años de la publicación del clásico de Rulfo

Este año se cumplen seis décadas de la publicación de uno de los grandes clásicos de las letras; la obra emblemática que canonizó a su autor, resguardándole para siempre un lugar privilegiado junto a los grandes escritores de todos los tiempos: Pedro Páramo, de un tal Juan Rulfo.



La pluma de Rulfo encuentra en esta novela su punto cumbre, un hombre de letras que a sus 38 años desbordaba plenitud en la prosa que constituye su más grande creación. Se trata de la primera novela de su autor. Pocas o nulas expectativas se forman alrededor de un debut. Sin embargo, Rulfo dio muestras de un estilo impecable, una construcción de paisajes fantasmagóricos que aún hacen eco en la tradición oral y literaria de nuestros días, una deconstrucción del tiempo que se desvanece en la diégesis de una historia no lineal, así como en la continuidad de la memoria del lector quien, salvo una profundización que implique dos o tres lecturas, difícilmente podrá dar cuenta de lo que sucede.


Realizar un balance a 60 años de su primera edición es confrontamos con una verdad difícil de acicalar, puesto que es enfrentar el hecho de que en la escena ya no existen Rulfos, ni de cerca.


Nuestro autor colocó el listón tan alto que, en nuestros días, la discusión versa más sobre un enfrascado pleito de dimes y diretes que buscan desprestigiar o quitar mérito al autor, asegurando que la forma definitiva de Pedro Páramo, es de hecho, producto de una manita benevolente que habría ayudado al escritor jalisciense. En fechas recientes ha surgido una polémica absurda y arabesca, a partir de la publicación de “Pedro Páramo: voces del más allá” en Confabulario, texto escrito por Leopoldo Lezama, quien cuestiona la escritura y edición de la novela. Por su parte, Alejandro Toledo Oliver, en Letras Libres y Roberto García Bonilla, en redes sociales y en el propio suplemento de El Universal, han contrarrestado las ridículas aseveraciones del difamador, supuestamente bien fundamentadas en un trabajo de investigación del que no puede dar cuenta su autor por tratarse de un mero anecdotario.


Mientras surgen, al menos 5 teorías en torno a la publicación de Pedro Páramo (de las cuales 3 son poco menos que inverosímiles) que involucran a Juan José Arreola, Emmanuel Carballo y Alí Chumacero, uno relee y redescubre en Pedro Páramo una magia en absoluto artificiosa; la impronta de Rulfo plasmada en cada una de las líneas que nos conducen por uno de los relatos más fascinantes y enigmáticos de la literatura. El mismo Borges se refirió a Pedro Páramo como "una de las mejores novelas de la literatura en lengua hispánica, y aun de la literatura", mientras García Márquez señaló que "no son más de 300 páginas, pero son casi tantas y tan perdurables como las que conocemos de Sófocles".


Si hemos de mencionar un rasgo distintivo de la obra, entre tantos señalados en diversos estudios, es el primer párrafo que da apertura al texto y que prenda al lector de una forma apabullante. Aquel proverbial "Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo..." se encuentra a la altura del párrafo inicial de Crónica de una muerte anunciada de Gabo, con quien además comparte otro vínculo, puesto que, mucho se ha dicho que Pedro Páramo es una obra pionera en el estilo y surgimiento del realismo mágico que García Márquez supo plasmar, como nadie, en su obra.


Ciertos elementos son emparentables con la estilística de este movimiento literario y que recaen en la puntualidad descriptiva de cada uno de los retratos finamente delineados, esbozados y finalmente enmarcados, que componen este universo sombrío, desolado y árido al que llamamos Comala, un cosmos cuyas reglas están regidas por la soledad y la melancolía, y que reproducen de forma única la nostalgia que devino tras la guerra, la nostalgia posrevolucionaria, y el surgimiento de los grandes caciques, de los sicarios, de esos que perduran hasta nuestros días. Comala pudo ser el nombre de cualquier pueblo mexicano que, en ese marco de transición o de incertidumbre, contempló como se reducía a simples recuerdos el andar de la tranquila vida en el pueblo, tras el trauma que provocó el conflicto que asoló hasta el pueblo más humilde.


Es de destacar, además, el papel que reviste en la obra el temperamento humano, en cada una de sus facetas, en cada uno de sus grandilocuentes momentos, así como en las bajezas más atroces y desleales del espíritu, en su siempre tan natural contradicción; y la manera en la que se explicitan los sentimientos que reconocemos como verosímiles y reales, en tanto los conocemos, y en tanto se expresan como una actitud frente a la realidad. Cada uno de los entes fantasmagóricos que se van revelando, son el eco de la memoria de un pueblo que aún palpita; que anhela vivir por siempre, pero que se consume, precisamente, en la fragilidad de esos recuerdos, tormentosos algunos. La figura fundamental, sobre la cual se yergue el relato, es desde luego la del dueño de las tierras y que da nombre al libro. Sin embargo, la estructura formal del texto, nos permite pensar que se tratan de dos relatos que se van entremezclando y revelando, al tiempo que desmenuzamos los parentescos y vínculos familiares y afectivos.


Tenemos por un lado, la narración de Juan Preciado, cuyo inesperado deceso es una parábola que redondea una idea, una noción que el lector de hecho llega a sospechar: todos están muertos en este pueblo desolado. Por otro lado, encontramos, la narración de Pedro Páramo, quien se presenta como un hombre duro, pero ciertamente humano. No se trata de un villano en su totalidad, es más bien un personaje complejo, matizado, con resquicios que permiten justificarle, incluso.

En la forma narrativa, en consonancia con la presencia de los dos relatos, destaca la voz conductora. La primera y la tercera persona se van alternando a lo largo de un relato que sin hacer demasiado revuelo, va tomando fuerza y de a poco, se ve envuelta en una dinámica de ida y vuelta con esos flash backs que nos hacen perder la noción del tiempo. La voz del narrador se pierde entre el pasado y el presente. Se funde casi de forma tan armónica como lo consigue hacer el tiempo del relato.


En cuanto a la estructura, Pedro Páramo guarda ciertas similitudes con algunos clásicos como Rayuela de Cortázar, en lengua hispana, y el Ulysses de Joyce; guardando las distancias que, evidentemente, alejan a la novela de Rulfo de estos colosos de la literatura posmoderna. Me refiero únicamente a la forma en la que se presenta el texto, dejando la posibilidad de realizar varias lecturas, y en el grado de compromiso que implica para con el lector, quien se convierte en un agente activo encargado de reconstruir esta memoria que, por las imágenes casi palpables que Rulfo es capaz de crear, se vuelve más bien un rompecabezas.


Si bien analizar y criticar la obra por la obra es productivo como un ejercicio lingüístico, literario, y por tanto cultural; el comprender el contexto en el que surge la obra, así como las vivencias plasmadas por su autor, es fundamental. Un hombre que capturó y expresó como pocos los paisajes de nuestra identidad: una inmensa llanura en la que nunca llueve, valles abrasados, lejanas montañas y pueblos habitados por gente solitaria, que guardan cierta similitud con Sayula, su pueblo natal.


Su vida de viajero, recorriendo distintas zonas del país le permitieron conocer otras latitudes, pero de la misma forma que un impulso lo conducía, algo lo hacía regresar a casa. Tal como versó Dorothy al final del Mago de Oz, "No hay lugar, como el hogar". Y Comala, es el hogar de los fantasmas de nuestra propia memoria colectiva, el rincón olvidado de nuestra propia identidad, y la tumba que a todos nos espera. Es eso y más. Es de hecho, como sucede con la Fuenteovejuna de Lope de Vega, la verdadera protagonista de la historia.


En el marco de su 60 aniversario, y ante toda la polémica generada alrededor, tengo claro que Rulfo es el autor absoluto de Pedro Páramo. Los personajes, la organización narrativa, cada una de las frases son fruto de su genio...

...Que estas seis décadas sean pretexto para releer este clásico. Es tiempo de desempolvar el Pedro Páramo de nuestro librero.


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